miércoles, 1 de noviembre de 2023

Hasta nunca

Me siento en un banco. Me siento en el único banco que hay en toda la Gran Vía madrileña. Parece que a los encargados de acelerar la vida se les pasó quitar éste. Me fijo en una persona a la que no volveré a ver jamás. Estamos en los días previos a las fiestas navideñas y el trajín de gente es enorme. Pasan tantas personas por delante de mí (por delante de cualquiera) que es casi imposible mirar a alguien en concreto. Logro fijarme en una persona Un segundo después ya la han tapado otras. Esa persona ha formado parte de mi realidad durante unos escasos segundos, eso es todo, ya no la volveré a ver jamás. Entre la multitud pasa ahora una mujer hermosa y pienso cómo hubiese sido de mi vida vivida con ella. Lo sé, pero no lo digo. Para ella no he existido. Ni para ella, ni para los miles de personas que están pasando por delante de mí esta tarde de diciembre. Me he cruzado con gente de muchos países diferentes, los más, españoles, claro, pero la nacionalidad es irrelevante. En esto del anonimato, de la inexistencia, todos somos ciudadanos del mundo, es decir: anónimos, etéreos, inapreciables…, el sueño de una sombra, que diría el escritor. Nada, no somos nada, ni yo para ellos ni ellos para mí. Y, sin embargo, si les preguntas, si se les pudiese parar en mitad de la acera y preguntarles: “¿es usted español?”. Sí, como usted, somos españoles. ¿Y?, ¿pasa algo? Si no nos conocemos, si nunca nos hemos mirado a la cara, si nunca nos hemos hablado, si nos somos ajenos, ¿de qué nos sirve ese adjetivo calificativo común?, de qué nos sirve decir que somos españoles. Lo mismo me valdría que dijese que es nigeriano o alemán. Pero esto es razonar, y el nacionalismo no entiende de razones, entiende de emociones. Adiós, hasta nunca, desconocidos españoles y no españoles con los que nunca más me volveré a cruzar y que, de hacerlo, no me reconoceríais. Ni yo a vosotros. Es como si hoy ya hubiésemos muerto los unos para los otros.