lunes, 1 de diciembre de 2025

1962

1962. España. Dos simples datos que condenaron mi vida laboral a una tragicomedia de absurdos.

Querido lector, si no soporta a los quejicosos, ya puede cerrar esta pestaña.

Primer acto: La jubilación (o el arte de mover la meta)

Empecé a cotizar a la Seguridad Social a los 14 años, trabajando en una fábrica de galletas durante las vacaciones de verano. Y, desde el 1 de enero de 1982, sin pausa hasta hoy: 44 años y 4 meses de aportes. No está mal. Pero la jubilación anticipada, que antes permitía retirarse sin penalizaciones a los 63 años con 38 años y medio cotizados, ahora castiga a los rezagados. ¿Mi pecado? Haber nacido demasiado pronto para la nueva ley, pero demasiado tarde para la antigua. El sistema, magnánimo, ofrece un "descuento progresivo" según los años trabajados: el mínimo aplica a quienes lleven 44 años y 6 meses. Yo tendré 44 años y 4 meses al cumplir 63. Dos meses me faltarán. Dos míseros meses. "Mala suerte, amigo, haber nacido antes. Vaya, qué le vamos a hacer.

Segundo acto: El servicio militar (o cómo un año de mili vale menos que un café)

Ah, pero hay una esperanza: la ley reconoce el servicio militar como tiempo cotizado. ¡Un año extra! Bueno, en mi caso, con dos meses me basta para esquivar el descuento. Pero no: ese beneficio solo sirve para quien no llegue a los 38 años y medio. "Mala suerte, soldado, no haber trabajado tanto. Vaya, qué le vamos a hacer.

Tercer acto: Los hijos (o cuando la ayuda llega tarde)

Luego están las compensaciones por crianza: 6 meses por hijo y bonificaciones en la pensión por igualdad de género. ¿Mis tres hijos? Esos no cuentan. ¿La razón? Mi esposa no trabajó, así que sacarlos adelante con un solo sueldo no tiene 'mérito'. En cambio, si hubiéramos estado los dos cotizando sí habría recompensa. Lógica pura.

Y hablando de hijos: cuando los míos nacieron, la baja por paternidad era de tres días. Uno vino al mundo un viernes por la tarde; el lunes ya estaba en la oficina. Hoy son cuatro meses. Me alegro por los nuevos padres, pero yo ni un día disfrute. "Mala suerte, abuelo, haberlos tenido más tarde"Vaya, qué le vamos a hacer.

Luego el gobierno implantó ayudas de tres mil euros por hijo… Pero eso fue un poco después de que nacieran los míos, y por lo tanto ya no tenía derecho a ella. “Mala suerte, amigo, haber nacido en otra época”. Vaya por Dios, qué le vamos a hacer.

Epílogo: Un brindis por el año 1962 (y por la España que lo parió)

Así que sí, el año 1962 y este país son dignos merecedores de mi gratitud. Brindo por ellos. Y por usted, señor ministro.

Posdata: por si alguien duda de mi ética laboral, decirle que nunca cobré el paro, ni un solo día en mi vida. Según el Ministerio de Trabajo, el 72% de los españoles de mi generación tampoco lo hizo. Pero eso sí, pagamos religiosamente por él.

 

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