Dicen que la Declaración
Universal de los Derechos Humanos es papel mojado, pero yo creo que, a pesar de
ello, todavía se pueden leer sus textos. Cuando yo lo hice por primera vez, me
impresionó que sólo tuviese 30 artículos, que fuese tan breve, tan sencilla. La
leí en una edición ilustrada que publicó Amnistía Internacional. Cada derecho
venía en castellano, catalán, vasco y gallego y, creo recordar, entre todos
los derechos ocupaba unas cuarenta páginas, incluidas las ilustraciones de
varios dibujantes y con un tamaño de letra generoso. Me gustó tanto contenido
en tan poco texto. Pero puesto a condensar, con el primer artículo de la
Declaración ya sería suficiente. Si se cumpliese, sobrarían los otros 29.
Todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros.
Para mí todos los artículos son
válidos e importantes, aunque entiendo que algunos tienen difícil transposición
a ciertas culturas y difícil encaje en alguno de los 194 países que hay hoy
reconocidos en el mundo. El único con el que no estoy de acuerdo es con el
artículo 15, el que habla de que todos tenemos derecho a una nacionalidad. Entiendo
que sea uno de los más queridos por la gente, pero no para mí, que no me gustan
los nacionalismos. Dicho esto, respeto el derecho de la gente a tener una
patria, pero, añadiría yo en este artículo, también el derecho a vivir sin
ella.
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